martes, 7 de febrero de 2012

Garrincha: Mortal e Inmortal


“Cuando él estaba allí, el campo de juego era un picadero de circo; la pelota, un bicho amaestrado; el partido, una invitación a la fiesta. Garrincha defendía a su mascota, la pelota, y juntos cometían diabluras que mataban de risa a la gente”, de este modo definió el prestigioso escritor Eduardo Galeano a Mané Francisco Dos Santos. Más conocido como Garrincha. Ese tipo de ave fea, torpe, indomable, con canto suave e increíblemente veloz, que habita en las selvas del Mato Groso en Brasil. Porque así era Mané, un joven de 1.68 m de altura,  nacido el 28 de Octubre de 1933, en Río de Janeiro, que vivió en sus propias carnes el éxito y el fracaso. Una vida de campeón marcada no sólo por esa pequeña curvatura de 80 grados en sus pies, ni por tener una pierna seis centímetros más grande que la otra, sino por sus excesos con el alcohol, el tabaco y el sexo.

Su relación con la pelota empezó desde joven al igual que con lo que más amaba, las mujeres. Sus primeros toques los dio en el equipo de la empresa textil donde trabajaba, pero el paso definitivo llegaría de la mano del Botafago, club de la liga profesional brasileña con el que obtuvo tres títulos. También pasó por el prestigioso Corinthians, donde sólo pasaría un año.


“La diferencia con Pelé es que, yo apenas supe driblar los problemas con los pies”, estas fueron las palabras que salieron por la boca de Garrincha. Y razón no le faltaba. En el fútbol se convirtió en alguien inmortal, sobrenatural llegando a ser apodado como “ la alegría del pueblo” o “el Chaplin del fútbol”. Pero, en el día a día no supo actuar ni como mortal, no jugaba bien sus cartas  aunque luego, la suerte cambiaba con un balón en sus pies. Prueba de ello es su estancia en la selección brasileña. Jugó tres mundiales: Suecia 1958, Chile 1962 e Inglaterra 1966. Y ganó los dos primeros, siendo elegido en Chile el mejor jugador del mundo. Compartió camiseta con una de las mejores escuadras de la verdeamarilla: Pelé, Didí, Vavá y Maríó Lobo Zagallo. A pesar de que la relación entre él y Pelé no era la mejor, con los dos dentro del campo consiguieron que Brasil no perdiese ningún encuentro.

Si con sus pies conseguía hacer magia en forma de driblins, con las mujeres formó una auténtica cadena de descendencia. Se casó en tres ocasiones y tuvo un total de trece hijos. Una de las relaciones más mediáticas fue la que mantuvo con la cantante brasileña, Elsa Solares. Pero, ni la magia, ni el fútbol, ni el sexo lograron apartarle de su auténtico enemigo, el alcohol.


Y como si en un circo estuviese, Garrincha se mezclaba con el pueblo en los carnavales, en los bailes, en partidos sin  importancia, alejándose de quienes lo elogiaban, pero acercándose a los bares donde le fiaban el alcohol. Por aquellos tiempos, Mané debió pensar igual que Oscar Wilde cuando dijo que la única forma de vencer una tentación, es dejarse arrastrar por ella. El alcohol, su mejor amigo por las noches, pero enemigo por el día acabó matándole. Sólo, en una calle abandonado y como consecuencia de su adicción, murió Manuel Garrincha a los 49 años de edad en Rio de Janeiro. Las mismas calles que le vieron crecer, fueron las que le vieron morir. Aunque le despidieron como a un grande, con un velatorio en el estadio Maracaná, hoy su tumba permanece solitaria.

Las gestas de Garrincha aún son reconocidas y como Carlos Drummond de Andrade describió: “Fue un pobre y pequeño mortal que ayudó a un país entero a suspender las tristezas. Pero, lo peor es que las tristezas vuelven y no hay otro Garrincha disponible. Se necesita un Garrincha nuevo, que nos alimente el sueño.”

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